viernes, 14 de julio de 2017

Mi primer guion y la Teoría del Iceberg de Hemingway en el cine

El Instituto de Cine de Madrid ha decidido otorgar la máxima puntuación a un cortomateraje que escribí para ellos. La tarea consistía en la escritura del guion con una serie de restricciones añadidas, siendo las más condicionantes el que estuviese ambientado en una sola localización de interiores, con un máximo de tres protagonistas y diez páginas.

Mi primera idea fue adaptar un breve cuento de Antón Chéjov titulado "El teléfono", pero la escuela me respondió con otra norma improvisada: no se aceptaban guiones concebidos a partir de material ajeno (si no hubiese dicho nada, es probable que ni lo hubieran notado, pero qué se le va a hacer). Durante un breve tiempo pensé en escribir sobre la muerte de Antígona, personaje de la tragedia griega "Edipo rey", de Sófocles; sin embargo, desistí pronto por la osadía de atreverme con un texto milenario. De este modo, aprovechando que el objetivo siempre fue escribir algo puramente genuino, decidí empezar de cero: así fue como nació "Cuando muere un lirio", guion que podéis leer aquí.

Además, es un pretexto estupendo para hablaros de Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura en 1954, un autor más conocido en nuestro país por tener su particular patio de recreo en las fiestas pamplonesas de San Fermín. Hemingway, antes de dedicarse a la escritura de novelas y cuentos, fue periodista. Fruto de la ética imparcial de esta profesión, elaboró una teoría literaria minimalista conocida como la Teoría del Iceberg, según la cual se debía omitir información relevante para la interpretación del texto y presentar así sólo los hechos; de ahí su nombre.

Me gusta pensar en Hemingway como un autor muy cinematográfico. Como expone André Graudeault en "El relato cinematográfico", una imagen no equivale a una palabra; si te muestro una casa, esto no equivale a decir casa, sino a decir aquí hay una casa; esto es: presenta un hecho, no una explicación. Al autor estadounidense le funcionó muy bien esta herramienta, y su estilo es hoy muy reconocible. El resto de escritores sólo podemos estudiarla y recurrir a ella cuando entendamos que el texto así lo pide; de lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en una burda imitación. Así fue como esta teoría vino en mi rescate.

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"Cuando muere un lirio" es la historia de una pareja en la que no hay amor. Sus viscitudes son expuestas a lo largo de cuatro años, lo que puede parecer un objetivo bastante ambicioso para un corto de sólo diez páginas; sin embargo, apoyándome en la teoría de Hemingway y recurriendo a la unidad aristotélica del espacio (que añade esa simplicidad que tanto admiraron Tarkovsky y Bresson, entre otros), pude trocear el relato y presentar sólo los hechos convenientes para seguir la acción.

Una vez hayáis leído el guion, veamos un ejemplo práctico en esta pregunta: ¿consideráis que el primer embarazo de la pareja es una feliz casualidad, un ruin intento de él por salvar el matrimonio o el fruto de la relación entre ella y su amante? Es una información que nunca se da, pero la respuesta es determinante para la interpretación del resto de la historia. Lo que se persigue con esto es que el espectador haga cábalas y especule sobre lo que está viendo, logrando simultáneamente que profundice en el discurso y extraiga sus propias conclusiones. Esto siempre tendrá mucho más peso que la visión que el propio autor, en este caso, yo, pueda tener de la obra. En el cine, Michael Haneke es quien, en mi opinión, ha hecho mejor uso de la herramienta. Su cinta "Caché" es un soberbio ejemplo de esta aséptica narrativa.

Es curioso notar que las personas que hasta ahora han leído el texto extrajeron conclusiones distintas del mismo. Conviene también advertir que el anterior no es el único "iceberg" del relato: mi más sincera intención es que el espectador haga suya la historia.

Nota: Debo prevenir que la Teoría del Iceberg puede confundir a muchos escritores y llevarles a omitir detalles de la historia deliberadamente, porque sí. A Hemingway le funcionaba, pero si nosotros no encontramos una justificación narrativa para ello, os puedo garantizar que su uso será percibido como un pobre delirio de autor (ni siquiera Ernest escapó a este reproche).

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